La tortuga del desierto
José Flores Ventura.
De paso lento entre los arbustos bajos del valle semidesértico, caparazón polvoriento y patas escamosas, la esquiva tortuga del desierto vaga buscando su alimento antes de que el sol alcance el cenit, es entonces que descansa en su echadero favorito, bajo la sombra de un matorral dormita hasta llegada la tarde saliendo a ramonear los brotes tiernos del nopal. Hoy como nunca su existencia se ve amenazada gracias a la ignorancia humana; un maravilloso icono de la naturaleza de Coahuila, que bien podría representarse en nuestro escudo, está en peligro de extinción si no hacemos algo por ella y un primer paso es conocerla.
Dos especies diferentes de tortugas del desierto (Gopherus) endémicas a la región habitan en Coahuila: Gopherus flavomarginatus la más grande, en el oeste y Gopherus berlandieri, al este. La etimología de esta última es literalmente (por sus patas robustas y fuertes uñas) “tortuga excavadora de Berlandier”, en honor a un naturalista belga llamado Jean Louis Berlandier, quien recolectó los primeros especímenes en el norte de México y el sur de Texas a mediados del siglo 19. El caparazón es de color café oscuro con una mancha clara central en cada uno de sus escudos y puede llegar a medir los 23 centímetros de longitud, es un animal muy longevo que vive entre los 50 a los 80 años y que cuando se les levanta o molesta suelen orinar a su captor a manera de defensa.
En la literatura científica referente a este reptil se lee que habita en el noreste de México en alturas de no más de los 880 metros sobre el nivel del mar tanto en bosque como el semidesierto, pero las observaciones personales difieren y ofrecen otros aspectos que enriquecen el conocimiento sobre estas tortugas.
En Coahuila la hemos observado con cierta abundancia en el centro-norte del municipio de Ramos Arizpe en las faldas de serranías y lomeríos que bordean los valles y cañadas de la cuenca de El Pelillal, Nacapa, Paredón y Rancho Nuevo en alturas de hasta los 1200 msnm e incluso hasta arriba de las laderas de cerros, cosa poco común pero no deja de sorprender que de vez en cuando lo hagan. Prefiere los suelos arenosos o de aluvión donde hace sus madrigueras o aprovecha las de otros animales para invernar o hacer sus echaderos donde aparte de descansar en las horas de intenso calor hacen sus nidadas entre los meses de junio a septiembre depositando hasta tres huevos.
Las crías, al igual que todos los reptiles, nacen solas y son bastante susceptibles a la mortandad por la depredación de mamíferos y aves de rapiña; en una ocasión en el campo de la cuenca de El Pelillal observamos como un águila en picada se alzaba después de bajar hacia un claro del valle con una tortuga de mediana talla entre sus garras para luego dejarla caer en un desfiladero de roca y luego comer de la carne blanda expuesta. Hemos observado muchos caparazones vacíos de talla pequeña a mediana diseminados por estas áreas en señal clara de la alta mortandad en esta fase de su desarrollo.
La madurez sexual en los machos llega entre los 3 a 5 años de nacida; hemos observado los combates territoriales entre machos o en las épocas reproductivas, éstas embisten, muerden y tratan de voltear a su oponente y si llegan a hacerlo, su rival puede morir por inanición. La alimentación esta basada principalmente por cactáceas del género opuntia: tasajillos, coyonoxtles y nopales, de los cuales consumen sus pencas tiernas, flores y frutos, pero también se las ha observado comiendo del fruto de la pitaya (Echinocereus sp.) los cuales suelen ser abundantes entre los meses de julio a septiembre. Pueden pasar años sin beber una sola gota de agua, ésta la obtiene principalmente del alimento que consumen pero cuando llueve suelen beberla directamente de los charcos formados temporalmente.
Así es la tortuga del desierto, reliquia viviente de un pasado rico en especies de ellas hoy tan frágil y endeble ante los quehaceres humanos que poco a poco la están llevando a la extinción de nuestros lares. Una práctica mal habida pero común que incurre la gente es de levantarla cuando las observan atravesar los caminos rurales o carreteras para traerlas como mascotas a la ciudad. Esto lleva a despoblar sus lugares donde habitan y a que el porcentaje de que permanezca viva baja dramáticamente considerando los peligros de la ciudad, cuidados y sobre todo, a que fácilmente son contagiadas por enfermedades humanas que limitan su existencia. Asi es que la otra vez que vea una tortuga atravesar su camino, no la levante mejor vaya por una “caguama”.
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